jueves, 19 de febrero de 2015

Cómo el general Valencia Tovar escondió durante 41 años el cadáver de Camilo Torres

Camilo se incorporó al ELN como guerrillero raso, no tuvo ningún tipo de privilegio ni entrenamiento militar y confiaba en obtener un fusil propio quitándoselo en combate a algún soldado.
En febrero de 1966, Valencia Tovar envió dos baterías tras el rastro de una cuadrilla guerrillera recién detectada por la inteligencia militar  y el día 15 de ese mes entraron en combate en Patio Cemento – Simacota  Santander, con los rebeldes, de los cuales murieron cuatro.
Un oficial le informó por radio sobre un guerrillero “diferente” entre los muertos. “Tuve la certidumbre de que Camilo había caído en el combate”, escribió el general. “En sus bolsillos se hallaron cartas en otros idiomas… Era él”.
Para mayor certeza, Valencia Tovar le preguntó por radio a un sargento que estaba al lado del muerto: “Sargento, escuche, ¿no tenía una pipa en el bolsillo?”. La respuesta fue: “Sí, una pipa de fumar. Sí, mi coronel. Aquí la tengo. Y una carterita con picadura”.
Valencia Tovar quiso tener más precisión: “¿tenía la pipa una guarnición de plata, un anillo, hacia la mitad de la embocadura?”.
La voz del sargento no tenía dudas: “Sí, mi coronel”.
Camilo Torres había muerto, a los 36 años de edad, provisto apenas de un revólver que no sabía manejar, durante el primero y único enfrentamiento armado en el que participó en toda su vida para tratar de combinar la vocación cristiana que profesaba con la insurrección armada.
“Jamás hubiera deseado ese amargo final”, sostiene el general y revela que en el mismo sitio del combate fueron sepultados los guerrilleros porque así lo mandaba la ley. Pero tomó la precaución de poner a Camilo en una fosa aparte, al lado de una enorme Ceiba. Ordenó que un topógrafo levantara un plano del lugar y lo guardó en una caja fuerte de la Brigada.
 “Para mí”, explica el general “ese fue un mensaje muy claro de lo que yo, como militar, que asumí íntegramente la responsabilidad de lo sucedido, debía hacer con el cuerpo de Camilo: enterrarlo en un lugar secreto donde pudiera tener el respeto, la quietud y la paz que merecía”.
Así que tres años después, acompañado de un médico anatomista, regresó al sitio en donde estaban los restos, los sacó y los depositó en donde “nadie podría nunca imaginarse”: el mausoleo de la Quinta Brigada que el propio  Valencia Tovar construyó con ayuda de la comunidad para enterrar a los militares caídos en combate.
“Allí reposó en paz, en el silencio de la muerte, al lado de quienes habían sido sus adversarios. Lo hice a propósito. Más allá de la vida, esta alegoría constituía una lección humana”, escribió el general. En el año 2002, Fernando, el hermano de Camilo vino, de Estados Unidos, donde vivía, buscó al general, le dijo que, al fin, estaba preparado para recoger los despojos mortales de su hermano y, en secreto, los sacó del mausoleo en el que habían permanecido 41 años. 
Poco después, Fernando Torres murió y el rastro de Camilo esta vez se perdió para siempre. Las 2 Orillas,

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